Hace unas semanas, en una de mis clases de Collective Academy, hicimos un test como parte de un ejercicio de autoconsciencia. Buscábamos identificar los valores que nos motivan a poner en acción nuestros mejores talentos. Queríamos saber en qué lugares somos más efectivos, qué situaciones nos inspiran al éxito, y también cuáles no.

La idea es que quienes pueden entender sus motivantes naturales son más capaces de perseguir las oportunidades correctas por las razones correctas y obtener los resultados que desean.

Para mí, uno de los hallazgos más contundentes fue la forma de describir la importancia que le doy a la compensación monetaria en un trabajo: es una función básica. Mi pasión yace en el impacto social, el trabajo en equipo y en transformar la vida de otros. Tener mayores ingresos es un bonito plus, pero nada más. No le da más significado a mi vida profesional, ni me motiva a desempeñarme mejor. Lo que sí me inspira es estar en un lugar donde se hace el bien, tanto social como económico (no sólo donde se hace dinero). Y, por lo menos hoy, un ‘bono de productividad’ no cambiaría eso, aunque quisiera (¿Te pasa igual?).

En mi opinión, no tener una ambición irracional por acumular más riqueza económica es una gran virtud (incluso si no es enfermiza). Si tú eres así, permíteme felicitarte. Creo que has desarrollado algo muy positivo que incontables personas aún no experimentan. Y aunque esta práctica tiene múltiples beneficios a largo plazo, hacerlo constantemente (sea por decisión o por circunstancias) lo vuelve un hábito. Uno que –como todo hábito- vale la pena cuestionar.

Ya sea que tú tampoco estés motivado por obtener más dinero, que sí lo estés, o que ya lo tengas, esto te puede interesar.

Verás, Wendy Wood, profesora responsable del departamento de psicología y negocios de la Universidad de California del Sur, explica que los hábitos surgen a través del aprendizaje asociativo: cuando repetimos lo que nos funciona en cierto contexto, formamos una fuerte conexión entre las señales de ese contexto y la respuesta que tenemos ante él.

En el caso del sistema económico en el que vivimos, un aumento, un bono por desempeño o el incremento en las utilidades son algunas de las principales pistas diseñadas para evocar un esfuerzo especial en los trabajadores. De modo que no haber generado una relación con una pista de este tipo podría hacer que ningún comportamiento se detone, y –si no te habías hecho consciente de ello- podría también significar no estar explotando todo el potencial del negocio (o por lo menos a verte como bicho raro en una empresa tradicional).

¿Has estado pensando en emprender? Esto te podría ayudar a decidirte de una buena vez.

Charles Duhigg, en su charla de TEDx ‘The Power of Habits’, menciona que todo hábito está compuesto por tres elementos:

  1. El detonante, que es la señal que inicia el ciclo del hábito. Es la pista que te indica que es momento de pasar al siguiente elemento (casi casi en automático).
  2. El comportamiento, que es la acción que tomas cada vez que escuchas, ves o piensas en la señal detonante. Usualmente no la cuestionas, sólo actúas en consecuencia.
  3. La recompensa, que es la forma en la que te premias por haberte comportado de la forma en la que lo hiciste.

Y este úlitmo elemento (la recompensa) es el componente más poderoso en la formación de un hábito de acuerdo con Charles. Pues un hábito no cambia por cambiar tu forma de pensar. Cambia cuando identificas la pista que lo detona y controlas la forma en la que premias tu actuar.

Si tú tampoco estás especialmente motivado por obtener una compensación económica más grande déjame compartirte una frase que escuché de un conferencista hace unas semanas:

“Compra algo que no puedas pagar, al menos una vez al año. Hazlo, porque si no sabes para qué sirve el dinero no te vas a atrever a buscarlo”.

¿Interesante, no? Este puede ser un buen motivante para empezarte a mover. Primero, haz de una fecha especial tu detonante ¿Cuál? La que quieras. Puede ser tu cumpleaños, la fecha en la que conociste a tu pareja, el aniversario de la partida de alguno de tus padres o la primera luna llena del año. Fija un momento que no cambie, y márcalo en el calendario.

Luego, sáltate un paso y compra por anticipado algo que disfrutes tanto (tu recompensa) que no te permitas no vivir algo similar nuevamente el próximo año. Algo tan costoso que te obligue a buscar incrementar tus ingresos para poder volverlo a vivir. En otras palabras, algo que te fuerce a cambiar tu comportamiento (y ya, por fin, emprender).

Si la idea te está gustando, te invito a que no dejes que se quede en emoción. Es más, ponle fecha ya y escoge tu recompensa. Cuando lo estés disfrutando, súbelo a alguna de tus redes sociales (igual y termina siendo el siguiente trend topic, algo así como un #SlumdogMillionaireChallenge).

¿Tú ya pasaste la etapa de despertar el deseo de incrementar tus ingresos (igual y hasta un poquito de más)? ¡Perfecto!

Tú compra algo que sí puedas pagar. Pero cómpralo no para ti, sino para alguien que no pueda pagarlo por sí mismo.

Regala una mochila a un niño que lleve sus cuadernos en una bolsa de plástico, una cita al veterinario para la mascota de una persona sin hogar, o la cena de año nuevo a una familia que no iba a celebrarlo ¿Te imaginas hacer de la práctica de provocar momentos mágicos en la vida de otros un hábito? ¿Cuán diferente sería el mundo? Sí, ya sé, quizá no mucho. Pero para ese niño, ese indigente o esa familia, sería una muestra de que si se basan en sus motivantes naturales pueden ser capaces de perseguir las oportunidades correctas por las razones correctas y obtener los resultados que desean.

¿Y qué mejor sentido puede tener querer más dinero que provocar el bien?