Se nos ha hecho creer que Mozart, el famoso compositor austriaco, era un genio para la música. Un prodigio cuyo talento innato se mostró desde muy temprano. Pero lo cierto es que, si bien Mozart pudo tener aptitudes para la música, también fue el hijo de Leopold Mozart, un músico y maestro que dirigió la educación de su hijo. Mozart recibía entrenamiento intensivo, sistemático y estructurado y practicaba durante horas cada día.
A pesar de que estos son hechos conocidos, la narrativa popular sigue dándole crédito de su genialidad a un supuesto talento innato. Esta fascinación por talentos extraordinarios y exitosos no es casual, sino que responde a un sesgo cognitivo profundamente arraigado llamado "naturalness bias" o sesgo de la naturalidad.
Así lo ha mostrado la profesora Chia-Jung Tsay, investigadora en cómo los sesgos afectan las decisiones que tomamos.
Un sesgo que eleva el “talento”
La investigación de Chia-Jung Tsay del University College London reveló que las personas prefieren y valoran más a quienes perciben como "naturalmente talentosos", por encima de quienes han desarrollado sus habilidades por medio del trabajo, la práctica y el esfuerzo. Este sesgo opera de manera inconsciente, afectando desde decisiones de contratación hasta evaluaciones de desempeño.
El experimento inicial de Tsay, hecho durante su tiempo en Harvard, examinó las percepciones de las personas sobre el talento musical. Los participantes, que eran músicos entrenados, escuchaban dos veces una grabación de una sinfonía y se les hacía creer que eran interpretadas por dos músicos distintos con una pequeña biografía de cada uno, aunque en realidad ambas grabaciones fueron hechas por el mismo intérprete.
Si bien en teoría los músicos deberían evaluar a las dos grabaciones de manera similar, pues fueron interpretadas por la misma persona, Tsay encontró que si los participantes poseían información biográfica que hablara sobre el “genio innato” del intérprete, tendían a dar puntajes mucho más altos, y más bajos si se mencionaba la dedicación y el esfuerzo diario del músico.
Aún así, lo más impactante es que este sesgo sobre el talento frente al esfuerzo se mantiene incluso cuando somos conscientes de él, Tsay encontró que este persistía incluso cuando se les informaba a los participantes explícitamente sobre la existencia del mismo.
Según encontró la misma Tsay junto a colegas de la Universidad de Hong Kong de Ciencia y Tecnología, el sesgo del naturalismo o biológico se desarrolla en la infancia temprana. Los estudios muestran que los niños ya exhiben preferencias y mayor respeto por compañeros percibidos como "naturalmente buenos" en algo.
A pesar de que este sesgo se refuerza mediante estímulos como las narrativas mediáticas sobre los ‘genios innatos’ o la necesidad de nuestro cerebro para encontrar soluciones simples a fenómenos complejos, Tsay sostiene que “este sesgo es muy común en distintas áreas, edades y culturas”.
Esto, a pesar de que puede traer consecuencias tangibles, como tomar decisiones de emprendimiento con personas menos calificadas, solo por creer en que lograron su éxito gracias a un talento natural. En el campo organizacional, por ejemplo, esta creencia mina la dedicación y el esfuerzo, lo que perjudica la idea de mejorar constantemente.
El talento innato no existe
Sin embargo, ese sesgo humano que prefiere el talento por sobre el esfuerzo contrasta con las investigaciones al respecto. Uno de los investigadores más reconocidos en esta área es el psicólogo Anders Ericsson, quien en 1993 publicó su investigación ‘El rol de la práctica deliberada en la adquisición de desempeño experto’. Su investigación demostró que lo que distingue a los maestros y expertos en un área no es ninguna habilidad innata mágica o misteriosa, sino la cantidad y calidad de su práctica deliberada.
Ericsson estudió violinistas expertos, jugadores de ajedrez, maestros y atletas olímpicos entre otros, y encontró patrones similares, especialmente uno: todos habían acumulado aproximadamente 10.000 horas de práctica deliberada para alcanzar sus niveles de desempeño.
Según lo explica el desarrollador de software Jarek Orzel en Medium, “la práctica deliberada es un método de entrenamiento sistemático, enfocado y con propósito que ayuda a los individuos a desarrollar sus habilidades y experiencia en un área particular”.
Si bien esta definición es útil para entender qué es la práctica deliberada, sus descubrimientos evidencian una verdad contraintuitiva: "No existe tal cosa como una habilidad predeterminada o talento. Con excepción de algunas limitaciones físicas básicas, la mayoría de las personas pueden aprender casi cualquier cosa con el tipo correcto de entrenamiento y motivación".
Lo que esto implica es que el ‘talento’ innato no existe. Las investigaciones de Ericsson demuestran que lo que consideramos como talento es realmente la combinación de factores ambientales, motivacionales y hasta mentales o cognitivos. Además, en su libro Outliers: The Story of Success, el sociólogo Malcolm Gladwell le atribuye otra dimensión: la buena fortuna, o circunstancias favorables, o ‘ventajas ocultas’ para aprovechar oportunidades específicas en el momento justo.
Las ventajas de la práctica deliberada
Que no exista el talento natural puede desanimar a algunas personas, pero es una buena noticia. Significa que el camino hacia la excelencia no está reservado solo para unos pocos "elegidos", sino que está disponible para cualquiera que esté dispuesto a comprometerse con la práctica deliberada y sostenida. Lo que han mostrado las investigaciones de Ericsson hasta ahora es que la disciplina, no el talento, es el verdadero determinador de éxito en el largo plazo.
Para el investigador, la práctica deliberada es “una actividad altamente estructurada, cuya meta explícita es mejorar el desempeño” en un área.
Entre otras, las ventajas de hacer práctica deliberada según han mostrado investigaciones es que las actividades constantes y sostenidas producen mejores resultados que breves impulsos de creatividad. Esto se debe al llamado “crecimiento compuesto”. Además, las personas disciplinadas construyen resistencia psicológica, por lo que se adaptan mejor a los cambios y los retos y toleran mejor los fracasos.
Y hay mejores noticias: ser disciplinado no es tampoco un talento natural, sino que es una habilidad que puede mejorarse. Por supuesto, requiere esfuerzo, como todas las cosas que valen la pena.
En su clásico estudio de 1993, Ericsson define las condiciones óptimas para cultivar la disciplina de aprender una habilidad o ser constante en una práctica. Entre las más citadas están:
- La motivación del individuo para atender a esta tarea y esforzarse para mejorar su desempeño.
- Establecer metas claras del propósito de la práctica.
- El diseño de la tarea a practicar debe considerar el conocimiento preexistente, para que la tarea a practicar se entienda tras una instrucción breve.
- El practicante debe recibir retroalimentación inmediata y conocer los resultados de su práctica.
- Debe repetir la práctica de la misma tarea u otras similares.
- Ericsson ha destacado la importancia de que la práctica deliberada se realice en soledad.
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Así, la disciplina y la práctica deliberada de actividades se convierten en la principal razón para alcanzar la maestría en una habilidad. Contrario a lo que nuestro propio cerebro cree, el talento innato no solo no existe, sino que esta creencia puede generar falsas expectativas. Aunque más difícil de cultivar, la determinación, la disciplina y la práctica, como explicamos también en este texto, son los verdaderos determinadores de lo que consideramos talento y éxito a largo plazo. Para los líderes de organizaciones, esto implica repensar cómo identifican, desarrollan y evalúan el talento. En lugar de esperar por genios innatos, las organizaciones exitosas invierten en sistemas de práctica deliberada y retroalimentación continua.