En esta esquina, La Gran Renuncia: Un complejo fenómeno socio-laboral en el que miles de trabajadores dejaron sus puestos, de manera silenciosa o no tanto, en búsqueda de alternativas de trabajo que satisificieran mejor sus demandas de proyecto de vida.

Y en esta esquina, El Gran Despido: Una avalancha de recortes de personal efectuados, principalmente, por las empresas tech, empujadas por la recesión económica, la inflación, la guerra, la crypto-crisis y la desaceleración en inversión pospandemia, junto con malas decisiones (siempre están), erosión de modelos de negocios y un llamado desesperado a la rentabilidad de parte de inversores.

Ambas fuerzas chocaron estruendosamente en 2022 y dan espacio a reflexiones interesantes.

En el caso de la gran renuncia, algunas demandas fueron muy claras y poco tenían que ver con el salario, la gran obsesión del trabajo del siglo anterior: ante la imposibilidad de implementar horarios flexibles, trabajo remoto o híbrido, mejores beneficios y licencias, la solución de muchos fue tomar sus cosas y salir por la puerta giratoria.

Sin embargo, hay algo más que lo superficial detrás de escena: una voluntad generalizada por más autonomía, mejor liderazgo y una idea de trabajo que se adapta al individuo y no viceversa.

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Paradoja: justamente son las empresas tech las que levantaron el estandarte de orientar sus políticas de RRHH a las demandas modernas, y sin embargo, también fueron a las que menos les tembló el pulso a la hora de despedir plantillas gigantes de empleados.
  • Meta despidió 11.000 empleados.
  • Twitter, 3.700. Snap, 1.200.
  • En LATAM, Kavak, el unicornio volador insignia de LATAM, despidió 300 personas.
  • Bitso recortó al 25% de su personal. Wildlife, de Brasil, al 20%.
  • Tiendanube, Ualá, Lemoncash también tuvieron despidos, y Beat directamente acabó con sus operaciones en movilidad en Latam.


Su contexto es singular: las tech, como pocas otras compañías, atraen inversiones multimillonarias y por ende valuaciones monstruosas dado su foco casi exclusivo en growth (para luego ser vendidas, una suerte de juego de papa caliente entre inversionistas) en vez de rentabilidad. El mercado tomó nota de casos como el de WeWork, abanderado de la sobrevaluación de marcas de esta década (¡gracias SoftBank!) , y está empezando a volver a buscar rentabilidad como indicador principal por sobre crecimiento exponencial.

Cuando asoma la recesión, empiezan los timonazos bruscos. Y si bien no estamos en una crisis laboral marcada (aún hay contrataciones a gran escala en toda la industria), la segunda mitad del 2022 no arrojó las mejores perspectivas de cara al año 23 de este milenio.

¿Cómo queda entonces esta gran batalla en uno de los años más inciertos que jamás vinimos venir?

¿Prevalecerá la búsqueda implacable de un mejor entorno laboral o una recesión profundizada aferrará a las personas aún empleadas a sus puestos, obligadas a replegarse en su búsqueda?

Es difícil encontrar una respuesta ecuánime a una pregunta tan compleja, y que nunca se había dado antes en la historia.

Parece ser un momento bisagra en el mercado laboral: los empleados nunca antes habían estado tan empoderados durante una recesión, y quizás las fuerzas lleguen a un balance: ciertas nuevas demandas de los empleados tendrán que ser cubiertas, haya crisis o no; de lo contrario, hasta no trabajar será una alternativa para varias personas. Ahí pareciera que todos perdemos.

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En Latam esto se complejiza más aún por la escasez de talento para suplir tanta iniciativa empresarial: la post pandemia y la guerra de las contrataciones -previamente un fenómeno nacional- se volvió internacional, con empresas “robándose” talentos entre sí desde todos los países. 

En un contexto de despidos masivos, ya no es necesaria la guerra: hay increíbles oportunidades de contratación de personas con skillsets tope de la pirámide, que quienes estén bien estructurados para el largo plazo no deberían dejar pasar: quizás los contratadores inteligentes acaben siendo los mejor equipados para consolidarse frente a una recesión.

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